miércoles, 6 de junio de 2012

Un no me importa que atraviesa los objetos, a velocidad luz, se queda con las cosas que debieran rebotar. Un para qué en el centro de la vista. Tengo tu voz clavada en mí como un cuchillo, no pensé nunca que la ternura iría a dolerme tanto.Subo la escalera porque me empujan, bajo por inercia. Hace frío y estoy sola y marchita, muriendo en color azul, y del azul al blanco, que es la nada, la nada de esta hoja que devora las palabras que no sé pronunciar.

domingo, 27 de mayo de 2012

Fuera de control

Si gustas espera que escampe
pero no manejo la lluvia, amor.
De fierro no hay nada,
los robles sienten y las piedras mirá
son más pasibles que la nada.
De palo no hay nada, amor.
Te espero si escampa
aunque no puedo te espero esperarme
porque no puedo,  no puedo, pero
no manejo las lluvias
ni las nubes
ni los truenos
ni las sequías y asequias.

jueves, 10 de mayo de 2012

Circuito

A dónde llevo estos arándanos ahora.
Yo no me quedo en las postales,
y no quiero los restos del pescado.
El dolor es invisible.
Pero la ceguera es pandemia.
La marea barre los pocos peces
de mis ojos.
Abdico
de esta injuria
que me tuesta la cara.
Rechazo estas preguntas
con que pretenden saberme.
Al final del pasillo
hay lo mismo que al comienzo.

viernes, 23 de marzo de 2012

Pisando el aire

Miedo de perdeme en el camino
de que no haya camino
de la longitud indescifrable que separa
la cuna del olvido.
Temor al renacimiento porque precede a la muerte,
miedo a la muerte porque capaz no hay justicias.
Terror de extraviarme para siempre
de mezclarme o extinguirme
y no enterarme nunca
Pánico
a la deformación, 
a lo irreversible.
a quedarme sin mí
teniéndome todavía.
Ay, quién quiere caer en pedazos
si puede tirarse entero...

martes, 6 de marzo de 2012

Decepción

Hasta donde me llegue el brazo
trataré de salvar las pocas manzanas
que se estrellan francas en la tierra.
Juro por Dios que quise creer en el viento
sólo por escuchar su silbido
y en la lluvia
sólo por el olor que la anticipa.
Al Diablo mejor le juro
que más sabe por viejo y zorro
y que es más probable que exista
que te has puesto el chaleco de Neso
justo cuando más te quiero
y yo no te lo he dado.


miércoles, 22 de febrero de 2012

Retazos

Hay una hoz adentro la chimenea
debí haberla usado en sueños
para segar los sueños.
Me he levantado en otra cama
en otra mañana y en otra vida.
Tengo todavía pedazos del pastel
pegados en la ropa.
Mi sonambulismo acarrea la amnesia.
La vacilación duele en la punta de los dedos.
No hay que encontrar la puerta
sino el picaporte.
Cuesta encontrarse las manos...
Entre el sueño y la vigilia pasea una sombra
que se pregunta hasta dónde
soy capaz de aguantar.

sábado, 18 de febrero de 2012

Sin título


Destila piel el pecho y el dolor tiene cola de iguana.
No quiero esta fosa que crece y se expande
abdico del trono sobre el que pende la espada de un pelo
disipo la memoria con un gesto de parabrisas
que me la restriega más torva que nunca.
Dónde están los techos y los pisos
cuando la noche me agarra sin vos.
La ceguera no me hace efecto
 porque vibro con cada cimbronazo.
No tenía derechos cuando me proclamaste reina
destroname antes de irte así no conservo tu forma.
Así no sangro frente a tus ojos caídos.
Así no busco el apoyo de los ciegos
en un campo minado.

viernes, 17 de febrero de 2012

¿El Norte? Bien, gracias...

Un terapeuta que pregunta todo a toda hora no sé si sea en definitiva un buen profesional. Tienta mentirle. Un mensajito de texto puede ser alentador, sobre todo cuando va encaminado hacia algo específico, algo que se llevaría a cabo ese día, algo determinante para la vida del paciente; es un gesto que se traduce en estoy ahí,  un gesto acogedor que, sin embargo y a la postre, puede ser nocivo si se lo descubre en ejecución mecánica, profesional. ¿Profesional? Diez mensajes en menos de dos horas es, cuanto menos, sorprendente. Cabe preguntarle: ¿es usted así con todos los pacientes o me ha agarrado de pollo?

O quizás, idéntica pregunta con matiz diferente: ¿es usted así con todas las pacientes o me ha agarrado de bataraza? 

No es suspicacia sino precaución.

Bataraza o no, me hallo contestándole: no, no encontré los cupones que esperaba... estuve con ella, sí, y comimos unas empanadas... sí, pero le dije que no viniera...  M. ha insistido y lo he evitado como sugeriste...  no he hablado con X., tranquilo... a las dos y cuarto... en el centro, plena General Paz...
Lo peor del caso, lo más preocupante, es que me guste la estrategia. ¿Es la terapia de la sobreprotección? Quién sabe, pero qué bueno, por cualquier cosa, hable con mi psicólogo, él me dijo que lo llamara, tome, acá tiene la tarjeta, no se preocupe, me dio muchas para que pudiera mandarlos a todos a hablar con él.Y por suerte (o por desgracia) es muy persuasivo.

Antes de ayer soñé que él oficiaba de guardaespaldas, en una curva que yo tomaba a paso muy ligero se interponía ante un montón de caranchos sorpresivos. Eso era algo así como poner el pecho a las balas, pero a las que no le iban dirigidas. En el sueño, luego de lo contado, yo lo aplaudía y él sonreía esperando aprobación.

Patético, y qué se le va a hacer, los sueños son manifestaciones del incosciente, no se pueden esperar siempre metáforas exquisitas, representaciones excelsas o arte en estado puro, aunque muchas veces esas cosas surjan con obstinación. Algunos sueños son como un cuadro de Dalí, bonitos y aterradores.

Otro episodio onírico lo involucra sosteniendo una espada, y en otro está conmigo arrinconado en el consultorio, yo me concentro en algo que le escribo sobre la palma de la mano con una pluma azul. En uno más reciente, le saco el anillo con desesperación...

Caray, caigo y ya no podré mirarlo sin verlo, he puesto todo en palabras. He perdido el Norte. 

miércoles, 8 de febrero de 2012

Besar a M.

A la mañana hay este sopor, esta humedad, este calor avasallante al que no pensaba volver. Lo salva el mate, aunque lo aumente lo salva. La voz de M. al teléfono me despabila un poco. Le dije que no llamara al fijo, mi abuela tiene un portátil mellizo en altavoces (afín a su sordera), pero ni modo, está ahí y su insistencia me reclama. Que a las tres de la tarde viene con los apuntes, que cuente con él y que deje de ser tan tímida. En realidad no soy tímida, o al menos no es este el caso, pero quizás sea muy brusco desengañarlo tan pronto y por teléfono. Por teléfono todo suena más de lo que es, más frío, más crudo, más dulce, más cálido, hace tiempo que me di cuenta de que la realidad y el teléfono no se llevan bien.

Llega en una motocicleta y me insta a que ponga la pava. El agua en el termo está recién hervida, así que lo tranquilizo. Se sienta en un sillón y saca una carpeta con elásticos: he traido un par de poemas que voy a presentar en el concurso de Lisboa. Me los tiende. ¿Quién los va a traducir? pregunto mientras veo la extensión exorbitante de ambas piezas. Los va a traducir Cecilia.

Son versos libres, por suerte, aunque tienen esa pretensión ultraista que termina rayando en el preciosismo, un gongorismo que no pega con el espíritu aparentemente desprejuiciado y moderno del contenido. Para no importarle tantas cosas, las menciona demasiado. La indiferencia, cuando es real, no se señala a sí misma. Es como un patito feo repitiéndose una y otra vez que no le importa ser patito feo. Las líneas, en suma, se me antojan una mezcla mal combinada de barroco y vanguardismo.


—Yo no me voy a esmerar demasiado, el año pasado ganó cada porquería que ni te cuento—dice—. Igual quería que les echaras un vistazo, a lo mejor me hacés una sugerencia interesante. A lo mejor toca tirarlo a la basura.

Sugerencia interesante. A ver, que le merme a la autocompasión, que utilice el voseo, no por tutear se va a ver más delicado, que elimine lugares comunes y palabras trilladas, que quite los vocativos y los signos de exclamación que le siguen, que suavice las hipérboles o las saque del todo, que corrija la sobreadjetivación, que sintetice para no ser redundante, que evite las explicaciones innecesarias, ya que quitan amplitud interpretativa, y que saque la mayúscula que encabeza cada línea porque, la verdad, se lee como si los versos bajaran una escalera a trompezones, entre otras cosas... ¿Se puede decir todo esto sin herir?  


Quiero que aborde las fotocopias que trajo y se ponga a leerme a Adorno, esa era la idea, sacar algo en limpio de Adorno. Seguir con Soureau. Lo que pasa con M. es que no ha venido a leer, ni siquiera creo que tenga pensado mandar esos poemas al concursito de Lisboa. Ese concurso premia piezas imitativas, lo añejo, no es una buena largada para nadie, poco entiendo por qué M. quiere participar, probablemente esté planeando proponerse mediador argentino para el concurso del próximo año y alentar a sus alumnos a participar. Le gustan esas cosas.


—Gringa—me dice acercándose más de lo necesario—,qué te pasó, eras del clan de M.B.


Estoy acá abajo, pienso sin responder, solo me tapan  la frustración, el dolor, la impotencia, la incertidumbre y, sobre todo, la espera y la desespera-ción, esa clase de pasividad ardorosa que tergiversa las imágenes.


—Parece que estás a punto de explotar, te juro, te miro y veo la contención, N.


Mi mente es rara, de vez en cuando, por alguna razón, me desafía a hacer exactamente lo contrario a lo que manda. Por ejemplo, miro a M. y mi mente dice: no se puede besar a M. Y no lo dice porque de veras no se pueda o porque desee hacerlo, sino porque no hay razones para hacerlo. Y entonces la respuesta es para qué besar a M. y, por consiguiente, no hay que besar a M. Entonces sobreviene el contrataque, este cerebro mío me reta: besá a M. Me supo pasar varias veces, con distintas cosas. Una vez en un acto patrio mi cabeza me dijo: están todos parados y en posición de firmes, porque durante el himno no se debe poner uno en movimiento, no debe uno sentarse o dar la espalda. Automáticamente escuché el cantito burlesco: no sos capaz de dar la espalda. Y la orden: da la espalda. No lo hice, pero las ganas fueron intensas, y no siempre resistí esa tentación. Uno no puede agarrar a una persona y besarla porque sí, sin sentimiento, sin que la ocasión lo amerite, besarla sólo por hacer algo ilógico. Ahí está de nuevo: besá a M.


—No es a punto de explotar, sino de salir corriendo—rectifico.


Será rebeldía de la peor, que me cuesta obedecerle hasta a mi propia mente. Ayer sentí deseos de revolear un vaso, cuando estaba en la vereda, revolear el vaso al medio de la calle y verlo estallar. En esta oportunidad había deseos. Y mi mente dijo: no es adecuado revolear el vaso, traerá problemas ¿para qué uno revolearía un vaso? Aparte no es tu vaso. En consecuencia, la vocecita coercitiva: revoleá el vaso, revoleá el vaso, revoleá el vaso. Se estrelló fácil, casi con naturalidad, sobre el cemento recalentado de la siesta.


Pero no hay que besar a M. porque a M. le gusto de hace mucho y a mí él no me interesa, sería demasiado desalmado. No le convengo a nadie, y no puedo usar a alguien como M. Por eso: besá a M, besá a M. ¿O no sos capaz?


—No te voy a dejar salir corriendo, gringa, te atajo o corro la maratón con vos.


Que infeliz coincidencia, que cedo al chantaje de mi cabeza justo en la ocasión más propicia. Y luego cómo arreglar este asunto... Cómo arreglaré este asunto. ¡Cómo explicar este asunto!


Estuvo un rato más conmigo, no leímos ni a Adorno ni a Soureau. No le dije nada de los poemas, y se fue tarde, lleno de expectativas que ahora no sé cómo revertir.

lunes, 6 de febrero de 2012

Noche a vapor



S. toma la cerveza a traguitos cortos, va girando el vaso sobre sus labios y la espuma le queda de bigote. A mí el calor me lleva a las zancadas, tomo a grandes tragos y enseguida me hace efecto. La humedad se pega a la piel como una mayonesa, es tanto el sofoco que las dos nos abanicamos con la mano.

—Traé una revista—me dice—me muero.

Adentro juegan al naipe. Saco dos revistas de debajo de la mesa del televisor, ambas con la cara desnaturalizada de Ricardo Fort. Una de las setentañeras me dice que le pase otra y empieza a abanicarse, a pesar de que hay ventilador y de que éste está enfocado prácticamente para su lado.

—Todo sale a pedir de boca según Horangel—dice S. con el libro abierto—, mirá desde el tres de abril tenés una etapa divina.

Vi la etapa, me pregunto a qué esperar tantos milagros, pero si ese planeta está en Géminis, y bueno, qué se le va a hacer, que esté. Me cuesta convencerme aunque haya comprado el libro exclusivamente para eso, lo vi al tipo en Crónica describiendo en un organigrama las ventajas y desventajas que trae el año a los diferentes nativos. Como mi signo parecía especialmente bendecido decidí comprar el volumen para sugestionarme, no hay nada mejor que creerse lo que dice ahí para hacerlo suceder. Algo de eso pasa con las características distintivas de los signos, la gente se las aprende desde chica, sin darse cuenta.

—Me sale que no confíe en las personas, N.—se admira S., que anda siempre ayudando a todo el mundo y metiéndose en problemas—. ¡Me sale que no confíe!

—Viste—le digo—, los astros saben bien quién sos.

Se echa a reir mientras se empina lo que queda en su vaso. El calor se pone peor y las nubes cubren las estrellas. Un borracho pasa en una bicicleta, pasa y repasa, y vuelve a pasar, a mano y a contramano.

—Uh, qué sujeto—dice S., y, dirigiéndose a él—: ¿De qué signo sos vos, che?

El borracho le dice que Aries, desde que nació que es Aries y no lo piensa cambiar. S. toma el oráculo astrológico y va al signo anunciado, busca el almanaque predictivo y lee la línea que corresponde a la fecha de hoy.

—Mañana contradictoria. Tarde de desencuentros y disgustos con el sexo opuesto. Conserve la calma y, por la noche, evite el alcohol.

sábado, 4 de febrero de 2012

Una sola piedra

El psicólogo con su tono anodino y su pragmatismo desquiciado me llama al celular a las diez de la noche.Tengo una llamada perdida, dice. Rememoro el momento en que marqué y me parece distante, como si hiciera meses, sonó una sola vez y colgué arrepentida, así que es bastante responsable si por un solo timbrazo contesta, o novato, que viene a ser lo mismo. No se preocupe, si era una urgencia ya estoy muerta y enterrada, le contesto con la paciencia que me surge después de un descalabro. Del otro lado la respiración se acentúa, puede estar pensando y a mí qué me importa, cosa por la que no lo culparía, al fin y al cabo yo lo pienso todos los días en todo momento. Que el hijo de tal y tal, y la nieta de tal y tal, y el sobrino de tal y tal, y la moda y la tarjeta de crédito, y el programa de chimentos, a mí qué mierda me importa.

Demasiado joven para tener experiencia, se me antoja inexperto, debo estar entre sus primeros pacientes, porque incluso se inhibió ante ciertas confesiones. No sabe qué decir y el titubeo me incomoda, siento la absurda urgencia de dictarle lo que decirme para sacarlo de apuros. Es en vano que me llame a deshora termino diciendo a mí ya se me pasó el ataque de angustia y ahora sólo queda el cráter donde aparecerá el próximo. Es algo predecible lo que improvisa: bueno, los cráteres son evidencia, nada más hay que tomar muestras.

Más de un minuto entero transcurre en el silencio, la respiración vacilante de él y mis oídos impacientes. Si no va a decir nada, cuelgue, que se le va el crédito, doctor. El pobre tartamudea, tiene característica de otra ciudad y la llamada le costará el doble, es obvio que se siente en compromiso. El otro día me hizo firmar la hojilla de la mutual con dos días de adelanto: ¿No te molesta que le ponga fecha de pasado mañana? Es que justo me queda cómodo para procesarlo porque acá no tengo posnet. De hecho, a mí no me molestaba, fue por su bien que le advertí: si se le suicida un paciente va a tener problemas con la fecha de pasado mañana, doctor. Me salió de espontáneo, de pura practicidad, pero creo que lo tomó a personal porque empezó a decirme que siempre hay esperanzas para todo y que el suicidio no soluciona nada. Sin embargo creo recordar que el suicidio era para algunos filósofos, entre ellos Séneca y Hume, una iniciativa que materializaba el más alto grado de la libertad humana; hasta Platón, que lo juzgaba inmoral, lo excusaba si el dolor físico era incorregible y la suerte muy negra.

El cielo cubierto de nubarrones empieza a echarse a tierra. Gotas frías y grandes se revientan contra los mosaicos de la vereda y contra el asfalto. Camino cubriéndome la cabeza con una revista mientras lo saludo y le pido disculpas por el tono, últimamente me disculpo ante todos con un epílogo de lo más sucinto y automático: ando mal, disculpas por el tono. Pero incluso el epílogo suele ir enunciado en mal tono.

Llegar a la casa que no es mi casa y ver estacionados tres vehículos no es nada alentador. Parientes y parientes de los parientes. Hoy es cuatro de febrero, pienso, mañana es cinco y el lunes es seis. Razonamientos como estos suelen salirme en voz alta y despertar en los oyentes miradas suspicaces. Cuando los formulo estoy pensando en una fecha que quiero que llegue lo más pronto posible, estoy contando los días, de alguna manera, estoy aferrándome del futuro porque el presente se me hace ingobernable. Y el psicólogo encima aconseja vivir el presente. ¿Qué pasa si el presente es insufrible, doctor? El doctor se queda sin respuesta, se balancea en su silla basculante con los ojazos esos que tiene, analíticos, e invoca el esquema de prioridades, la cosa única que sirve de pivote y de polea, de borrador, de sostén. Me alienta en imperativo, pero no vosea, tutea, y eso me da mala espina, no me gustan los argentinos que echan mano del tuteo porque les parece más elegante o más serio. Una sola cosa hay en la escala, si es una sola cosa no existe escala ni gradación alguna; no puede haber prioridad sin listado. Si esa cosa se llega a desintegrar yo no sé qué haré ni a lo que apelará; por favor, que la montaña mía quedó reducida a una sola piedra.