sábado, 4 de febrero de 2012

Una sola piedra

El psicólogo con su tono anodino y su pragmatismo desquiciado me llama al celular a las diez de la noche.Tengo una llamada perdida, dice. Rememoro el momento en que marqué y me parece distante, como si hiciera meses, sonó una sola vez y colgué arrepentida, así que es bastante responsable si por un solo timbrazo contesta, o novato, que viene a ser lo mismo. No se preocupe, si era una urgencia ya estoy muerta y enterrada, le contesto con la paciencia que me surge después de un descalabro. Del otro lado la respiración se acentúa, puede estar pensando y a mí qué me importa, cosa por la que no lo culparía, al fin y al cabo yo lo pienso todos los días en todo momento. Que el hijo de tal y tal, y la nieta de tal y tal, y el sobrino de tal y tal, y la moda y la tarjeta de crédito, y el programa de chimentos, a mí qué mierda me importa.

Demasiado joven para tener experiencia, se me antoja inexperto, debo estar entre sus primeros pacientes, porque incluso se inhibió ante ciertas confesiones. No sabe qué decir y el titubeo me incomoda, siento la absurda urgencia de dictarle lo que decirme para sacarlo de apuros. Es en vano que me llame a deshora termino diciendo a mí ya se me pasó el ataque de angustia y ahora sólo queda el cráter donde aparecerá el próximo. Es algo predecible lo que improvisa: bueno, los cráteres son evidencia, nada más hay que tomar muestras.

Más de un minuto entero transcurre en el silencio, la respiración vacilante de él y mis oídos impacientes. Si no va a decir nada, cuelgue, que se le va el crédito, doctor. El pobre tartamudea, tiene característica de otra ciudad y la llamada le costará el doble, es obvio que se siente en compromiso. El otro día me hizo firmar la hojilla de la mutual con dos días de adelanto: ¿No te molesta que le ponga fecha de pasado mañana? Es que justo me queda cómodo para procesarlo porque acá no tengo posnet. De hecho, a mí no me molestaba, fue por su bien que le advertí: si se le suicida un paciente va a tener problemas con la fecha de pasado mañana, doctor. Me salió de espontáneo, de pura practicidad, pero creo que lo tomó a personal porque empezó a decirme que siempre hay esperanzas para todo y que el suicidio no soluciona nada. Sin embargo creo recordar que el suicidio era para algunos filósofos, entre ellos Séneca y Hume, una iniciativa que materializaba el más alto grado de la libertad humana; hasta Platón, que lo juzgaba inmoral, lo excusaba si el dolor físico era incorregible y la suerte muy negra.

El cielo cubierto de nubarrones empieza a echarse a tierra. Gotas frías y grandes se revientan contra los mosaicos de la vereda y contra el asfalto. Camino cubriéndome la cabeza con una revista mientras lo saludo y le pido disculpas por el tono, últimamente me disculpo ante todos con un epílogo de lo más sucinto y automático: ando mal, disculpas por el tono. Pero incluso el epílogo suele ir enunciado en mal tono.

Llegar a la casa que no es mi casa y ver estacionados tres vehículos no es nada alentador. Parientes y parientes de los parientes. Hoy es cuatro de febrero, pienso, mañana es cinco y el lunes es seis. Razonamientos como estos suelen salirme en voz alta y despertar en los oyentes miradas suspicaces. Cuando los formulo estoy pensando en una fecha que quiero que llegue lo más pronto posible, estoy contando los días, de alguna manera, estoy aferrándome del futuro porque el presente se me hace ingobernable. Y el psicólogo encima aconseja vivir el presente. ¿Qué pasa si el presente es insufrible, doctor? El doctor se queda sin respuesta, se balancea en su silla basculante con los ojazos esos que tiene, analíticos, e invoca el esquema de prioridades, la cosa única que sirve de pivote y de polea, de borrador, de sostén. Me alienta en imperativo, pero no vosea, tutea, y eso me da mala espina, no me gustan los argentinos que echan mano del tuteo porque les parece más elegante o más serio. Una sola cosa hay en la escala, si es una sola cosa no existe escala ni gradación alguna; no puede haber prioridad sin listado. Si esa cosa se llega a desintegrar yo no sé qué haré ni a lo que apelará; por favor, que la montaña mía quedó reducida a una sola piedra.

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