miércoles, 8 de febrero de 2012

Besar a M.

A la mañana hay este sopor, esta humedad, este calor avasallante al que no pensaba volver. Lo salva el mate, aunque lo aumente lo salva. La voz de M. al teléfono me despabila un poco. Le dije que no llamara al fijo, mi abuela tiene un portátil mellizo en altavoces (afín a su sordera), pero ni modo, está ahí y su insistencia me reclama. Que a las tres de la tarde viene con los apuntes, que cuente con él y que deje de ser tan tímida. En realidad no soy tímida, o al menos no es este el caso, pero quizás sea muy brusco desengañarlo tan pronto y por teléfono. Por teléfono todo suena más de lo que es, más frío, más crudo, más dulce, más cálido, hace tiempo que me di cuenta de que la realidad y el teléfono no se llevan bien.

Llega en una motocicleta y me insta a que ponga la pava. El agua en el termo está recién hervida, así que lo tranquilizo. Se sienta en un sillón y saca una carpeta con elásticos: he traido un par de poemas que voy a presentar en el concurso de Lisboa. Me los tiende. ¿Quién los va a traducir? pregunto mientras veo la extensión exorbitante de ambas piezas. Los va a traducir Cecilia.

Son versos libres, por suerte, aunque tienen esa pretensión ultraista que termina rayando en el preciosismo, un gongorismo que no pega con el espíritu aparentemente desprejuiciado y moderno del contenido. Para no importarle tantas cosas, las menciona demasiado. La indiferencia, cuando es real, no se señala a sí misma. Es como un patito feo repitiéndose una y otra vez que no le importa ser patito feo. Las líneas, en suma, se me antojan una mezcla mal combinada de barroco y vanguardismo.


—Yo no me voy a esmerar demasiado, el año pasado ganó cada porquería que ni te cuento—dice—. Igual quería que les echaras un vistazo, a lo mejor me hacés una sugerencia interesante. A lo mejor toca tirarlo a la basura.

Sugerencia interesante. A ver, que le merme a la autocompasión, que utilice el voseo, no por tutear se va a ver más delicado, que elimine lugares comunes y palabras trilladas, que quite los vocativos y los signos de exclamación que le siguen, que suavice las hipérboles o las saque del todo, que corrija la sobreadjetivación, que sintetice para no ser redundante, que evite las explicaciones innecesarias, ya que quitan amplitud interpretativa, y que saque la mayúscula que encabeza cada línea porque, la verdad, se lee como si los versos bajaran una escalera a trompezones, entre otras cosas... ¿Se puede decir todo esto sin herir?  


Quiero que aborde las fotocopias que trajo y se ponga a leerme a Adorno, esa era la idea, sacar algo en limpio de Adorno. Seguir con Soureau. Lo que pasa con M. es que no ha venido a leer, ni siquiera creo que tenga pensado mandar esos poemas al concursito de Lisboa. Ese concurso premia piezas imitativas, lo añejo, no es una buena largada para nadie, poco entiendo por qué M. quiere participar, probablemente esté planeando proponerse mediador argentino para el concurso del próximo año y alentar a sus alumnos a participar. Le gustan esas cosas.


—Gringa—me dice acercándose más de lo necesario—,qué te pasó, eras del clan de M.B.


Estoy acá abajo, pienso sin responder, solo me tapan  la frustración, el dolor, la impotencia, la incertidumbre y, sobre todo, la espera y la desespera-ción, esa clase de pasividad ardorosa que tergiversa las imágenes.


—Parece que estás a punto de explotar, te juro, te miro y veo la contención, N.


Mi mente es rara, de vez en cuando, por alguna razón, me desafía a hacer exactamente lo contrario a lo que manda. Por ejemplo, miro a M. y mi mente dice: no se puede besar a M. Y no lo dice porque de veras no se pueda o porque desee hacerlo, sino porque no hay razones para hacerlo. Y entonces la respuesta es para qué besar a M. y, por consiguiente, no hay que besar a M. Entonces sobreviene el contrataque, este cerebro mío me reta: besá a M. Me supo pasar varias veces, con distintas cosas. Una vez en un acto patrio mi cabeza me dijo: están todos parados y en posición de firmes, porque durante el himno no se debe poner uno en movimiento, no debe uno sentarse o dar la espalda. Automáticamente escuché el cantito burlesco: no sos capaz de dar la espalda. Y la orden: da la espalda. No lo hice, pero las ganas fueron intensas, y no siempre resistí esa tentación. Uno no puede agarrar a una persona y besarla porque sí, sin sentimiento, sin que la ocasión lo amerite, besarla sólo por hacer algo ilógico. Ahí está de nuevo: besá a M.


—No es a punto de explotar, sino de salir corriendo—rectifico.


Será rebeldía de la peor, que me cuesta obedecerle hasta a mi propia mente. Ayer sentí deseos de revolear un vaso, cuando estaba en la vereda, revolear el vaso al medio de la calle y verlo estallar. En esta oportunidad había deseos. Y mi mente dijo: no es adecuado revolear el vaso, traerá problemas ¿para qué uno revolearía un vaso? Aparte no es tu vaso. En consecuencia, la vocecita coercitiva: revoleá el vaso, revoleá el vaso, revoleá el vaso. Se estrelló fácil, casi con naturalidad, sobre el cemento recalentado de la siesta.


Pero no hay que besar a M. porque a M. le gusto de hace mucho y a mí él no me interesa, sería demasiado desalmado. No le convengo a nadie, y no puedo usar a alguien como M. Por eso: besá a M, besá a M. ¿O no sos capaz?


—No te voy a dejar salir corriendo, gringa, te atajo o corro la maratón con vos.


Que infeliz coincidencia, que cedo al chantaje de mi cabeza justo en la ocasión más propicia. Y luego cómo arreglar este asunto... Cómo arreglaré este asunto. ¡Cómo explicar este asunto!


Estuvo un rato más conmigo, no leímos ni a Adorno ni a Soureau. No le dije nada de los poemas, y se fue tarde, lleno de expectativas que ahora no sé cómo revertir.

2 comentarios:

  1. jajaja carajo, demasiada paciencia, qué te importa si se expone solitooo.
    No sabia que escribías así. Me gusta. A ver si subis algo todos los días, paciencita, que se te está acabando veo veo...

    besote,

    Sole

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  2. Las expectativas son como la ilusión, se muren muy fácilmente...

    Buen relato.

    Saludos

    J.

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